miércoles, 8 de octubre de 2008

El camino diario.


Todo pasa. Me acompañan las luciérnagas y las canciones del ayer. La belleza me holla por los cañones aún oscuros de la urbe. Pedaleo al compás de un semáforo cerrado. Cruzo veloz por los volcanes incesantes que descubro en cada mirada inhóspita. Ya estoy en mi suntuosa brecha asfaltada, cubierto de polvo y símbolos, una recta tecnológica sin fin para mi bicicleta. Crecido me hallo inmerso en un bosque de cartográfica precisión, me lanzo azaroso en el incierto viaje. El último viraje y penetro en el parque del Retiro. Dejo atrás la literatura ilegible de los automóviles, los cruces fracturados de los peatones. Conservo el aliento extenso de la mañana y arrastro una multitud de devotas partículas infinitesimales. Acabo mi viaje diario en trece minutos.

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