viernes, 13 de marzo de 2009

La vida de los Otros

Llego corriendo de la calle, llueve. Me asalta una duda. Es posible que esté. Maldita sea, para qué demonios habré cogido el ascensor. El trayecto se me hace eterno, no parece que vaya a llegar nunca. Por la nuca me corren unas gotas de sudor frío, las manos dejan escapar agua a borbotones. Mi imagen, reflejada en el espejo de dentro de la pequeña caja, me muestra el borde del abismo al que me hallo sometido. Por fin, se para. Primero la contrapuerta y no me atrevo a empujar. Salgo al descansillo convirtiéndose la hazaña en otra gran pesadilla. La puerta de la casa, dolorosa, cerrada, cobra venganza. Sé que es circunstancial pero mis rodillas se acogotan, se pliegan y parece que voy a caer al suelo duro. Meto la mano en el bolsillo, tengo una acumulación de objetos extraños, constato que es preciso seguir buscando en ese retroceso infinito por los huecos de las cada vez más difusas ideas. Todos estos mecanismos extraños que me acompañan los encuentro por los diferentes bolsillos de mi abrigo, ¡aquí están las llaves!, se introduce una de ellas en la cerradura, giro y me abrazo a la familiaridad del marco acolchado. La televisión está encendida, espectral, el reloj marca la misma hora de siempre y Él esta allí. Alimentándose de mi comida, durmiendo en mi cama, recopilando información de mi vida. Estimo que ha quedado dormido porque no se mueve, parece ausente pero está ahí y su terrible enfermedad, alrededor suyo se despide una difícil atmósfera. Tengo dificultades para respirar, debo de pasar sigilosamente. Esta noche no cenaré. Saco un aparato de esos que me dan la invisibilidad. Me contentaré con descansar en un regazo de la despensa. Debo de ser coherente, no debe notar mi presencia, no hay otra elección. El tiempo juega a mi favor. Algún día desaparecerá.
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Toda historia tiene un reverso.
Fotografía que acompaña a este post: "La vida de los otros", película germana de 2006 y dirigida por Florian Henckel-Donnersmarck.