miércoles, 29 de octubre de 2008

José Antonio Labordeta e Ixo Rai.


En este país donde se cruzan nuestras vidas acabamos coincidiendo. En fricción constante se producen motivos suficientes de encuentro que transforman los diferentes proyectos en puntos de unión. Eso les pasa a Ixo Rai y a José Antonio Labordeta que se refunden en estos versos para ser recitados.
Con Aragón me unen muchos afectos y recuerdos. Sus gentes tratan bien a los forasteros y su geografía se muestra sin la sofisticación de determinados paisajes españoles.
De José Antonio Labordeta guardo una admiración fascinante. Está repleto de superaciones y sentimiento. Su deambular por la existencia cruza por diversos territorios, desde la televisión hasta la política donde reflotó ciertas amnesias colectivas. Escucharle, leerle o en cualquier otro proceso de manifestación personal nos permite acceder a imprevistos paisajes, a bellezas de palabra y obra que no se diluyen. Creo que Labordeta es un poeta que quiere contar, que nos sobreviene trágicamente en estos difíciles tiempos vacíos. Si accedemos a su desierto político lo entenderemos, un camino destruido.


Polvo, niebla, viento y sol
y los coches de la Opel.
El Ebro guarda silencio
y el pueblo que abandoné.
Una batalla en Belchite,
la "Tierra" de Mirambel,
bajo cero en Calamocha
y esa mina que enterré.
¡Cómo esperas que te quiera
si esto no da más de sí!
¡Como voy a abandonarte,
y el mar tan lejos de aquí!
La vergüenza de Iberduero
las gentes de Chanobas
unos que fueron "ta Franzia"
y una gaita "pa bailar".
"Os tiones d´a montaña"
y "a bergueña de charrar."
"Les coques de Casa Chordi"
y la "francha del llevant."
¡Cómo esperas que te quiera
si esto no da más de sí!
¡Como voy a abandonarte,
y el mar tan lejos de aquí!
Unos marroquís de Fraga
y el golazo de Nayim,
"los negros del baloncesto"
y un gitano de Oliver.
Las olimpiadas de Chaca
la "obra" de Torreciudad,
la macrocárcel de Zuera
y aquel túnel de Canfranc.
¡Cómo esperas que te quiera
si esto no da más de sí!
¡Como voy a abandonarte,
y el mar tan lejos de aquí!


martes, 28 de octubre de 2008

Agrupación Deportiva Plus Ultra.


El primer partido de fútbol que me llevó mi padre fue al el antiguo estadio de Arturo Soria dónde jugaba la Agrupación Deportiva Plus Ultra en Tercera División. Pudo elegir entre el Real Madrid o el Atlético, los dos grandes de la capital, pero se conformó con llevarme al estadio que estaba más cerca de nuestra casa. Recuerdo el uniforme azul y pantalón blanco que vestía el Plus Ultra y el del otro equipo, el Zamora, a rayas rojas y blancas y pantalón azul. El resultado creo que fue 5-1 y en aquellos años el fútbol, como ahora, era un verdadero fenómeno social.
No olvidé nunca aquellas sensaciones de ir al campo de la mano de mi padre y presenciar a un público mayoritariamente masculino volcado con pasión en su equipo. Entonces la Tercera División era más importante y por lo general, los estadios y campos de tierra de categorías inferiores, se llenaban de hinchas de las clases populares. No creo que entendiera lo que estaba sucediendo pero ver aquella asistencia masiva de espectadores, realmente incidió en mi imaginario.

También el ir acompañado de mi padre y la seguridad de su presencia me trasmitió aquel sueño por el fútbol. Con los años iría algún partido más con él, no a muchos, y los recuerdo de manera concreta. Cobran vida cada vez que le recuerdo al “viejo” la intensidad de lo vivido, el buen fútbol y las inmejorables tardes que tanto despertaban mi interés. Mi padre siempre se quejaba del precio de las entradas y salve decir que la mayoría de los partidos que vimos fueron trepando la valla del campo del C.D.Destino para colarnos a ver al Periso o al Cátedra en el fútbol regional. En definitiva, tiempos que no volverán.

lunes, 27 de octubre de 2008

Asuntos nocturnos en la escalera del portal.


Es de noche, acabo de llegar de la calle, vivo en un segundo y he tenido que bajar a por unas cosas al coche. Cuando he salido al portal he tratado de no hacer ruido ya que en casa había alguien durmiendo. Por un hábito consustancial, las escaleras las he bajado silenciosamente. Casi estaba llegando a la planta baja cuando he notado ruidos en el descansillo donde están ubicados los buzones de la finca. He de señalar que por antigua vicisitud del anterior presidente de la comunidad, el interruptor de las luces del portal se enciende y apaga automáticamente, por lo que las personas implicadas en este relato no se percataron de mi llegada.
A media escalera entre el piso primero y la planta calle, me he asomado por el hueco de la escalera y allí, pertrechados contra la pared, he reconocido al vecino del tercero en la deliciosa y ardiente posición de tener presa a una dama por la entrepierna y por la extensión de un abrazo cargado de veleidades seductoras. De los pocos afectos a los que tiene acostumbrado a su señora esposa es harto reconocida entre la concurrencia de la vecindad, así que me ha parecido rara esa arrogancia tan sedienta de las delicias del cuerpo. Ante esta anécdota y ante la imposibilidad de volverme atrás he recurrido a toser ligeramente para que los amantes se interesaran por mi presencia. El presenciado se ha dado la vuelta y bajo su barba de chivo me ha correspondido con una amable sonrisa acompañada de una coreografía de tics. Inmediatamente he reconocido lo que con frecuencia ocurre en el mundo, el procede irracional de la especie humana. La señorita de este fugaz encuentro con el barba-chivo era la profesora de baile del sexto, veinte años más joven y como desmerito, casada hace un año con un viudo inmisericorde. No he tenido más remedio que dar las buenas noches en esta irrupción involuntaria. La señorita ha girado la cabeza compulsivamente y he visto su hermoso cuello sellado en el baño del amor y el seductor infiel retratado ha seguido sonriendo en su necesidad de dar normalidad al asunto.
Cosa he de decir que salí del portal sospechando si lo que había visto había sido producto de mi imaginación o no, y hasta choqué con un viandante nocturno que había salido a sacar a paseo a un perrillo negro. Hice tiempo esperando que los amantes discernieran tranquilamente y retorne nuevamente al portal, no esperando encontrar, esta vez, a nadie.
Cuando abrí la puerta y ya introducido note la presencia del vecino que me chistó por lo bajo. Estaba solo y las lágrimas crecían por sus mejillas. Me rogó que no contase nada a nadie, ni a mi propia mujer y me ha ofrecido dinero, su propia ganancia mensual, a cambio de mi silencio. Ha prometido enriquecerme con tres mil euros y se ha opuesto a continuar con la relación con la profesora. Su genio se ha venido abajo cuando desde el descansillo del tercer piso su mujer le llamaba por su nombre. “No te preocupes, que no sé de que me hablas. Mis ojos nadan han visto y ni un punto me enriquece esta historia. Guárdate tu dinero y de tu conciencia, échale valor y espíritu y corre a responder a tu mujer que te llama”. Con estas palabras di por zanjado el asunto y he pensado que sería cosa cuerda que en la próxima asamblea de vecinos se volviera al antiguo pulsador “analógico” para dar la luz en la escalera del portal.

jueves, 23 de octubre de 2008

"Para la libertad" de Miguel Hernández.


Perdido en este mundo leo a Miguel Hernández, definitivamente resuenan los versos y nace una herida. Escucho a Serrat que se adentra en esta pesadilla de canción, tan vecina a nosotros y que tanto conmueve.
Serrat ejecuta los versos de dimensiones astronómicas. Impresionante poder.
Me imagino la vida de Miguel Hernández pasar, impasible ante la miseria y omnipresente en la lucha. Surgen entre estas notas la volcánica precisión de las palabras y la música. No puedo evitarlo. El fuego me prende el corazón.

Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.

Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.

Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.

viernes, 17 de octubre de 2008

María Teresa (1966-1967)


Hoy he ido a visitarte.
Como desde hace cuarenta años. Nunca te he olvidado.
No te he conocido pero siempre has estado presente entre nosotros. Siempre creí que, algún día, aparecerías con una sonrisa y me darías un beso. Desde el momento más nostálgico del pasado recuerdo el olor a tierra y la frustración que me causaba no encontrarte. Las lágrimas me inundaban como una historia de amor sin principio, como la sangre de una herida profunda en el corazón. Como está tarde que he llorado escondido entre cruces de piedra y las escrituras marmóreas arrasadas por el tiempo.
Y no te conozco. Mientras… reposas dormida desafiando al propio tiempo.
Tu camino lo buscaré en el más allá cuando mis fuerzas decaigan, escucharé tu llanto que no recuerdo y tu risa eterna. Sin empezar, sin empezar…a vivir, te fuiste. Me dejaste solo sin saberlo, aterrado por aquel instante decisivo.
Me das sombra en este recorrido desesperado por salir del desierto omnipresente, transito la geografía abrupta del tiempo a pasos agigantados y veo extinguir las innecesarias riquezas. Resisto a reconocerme abandonado por la distancia entre nosotros, por tu poder escondido en ese amargo e incomodo nicho cuidado por una madre inmensa. Mientras exista, no hallaré donde poner los ojos sin enorgullecerme de estos cuarenta años.
Te quiero como te quiere nuestra madre. Te fuiste en la nada, como aquel fantasma que esperaba en la penumbra de tu infancia. En unos años no serás un recuerdo, no serás invisible y encontraré tus huellas.

martes, 14 de octubre de 2008

Tatiana Samoilova


Esta actriz de redibujados contornos surge intempestiva. Suscita su exótica belleza eslava un referente estético y esas líneas que esbozan resistencia adoptan el espíritu de otra época. Es el pretexto para añorar... el avezado encontrará de forma clara la tenue pincelada de la belleza y el nostálgico la imagen de la mujer por excelencia. La voluntad, los recuerdos ya no obedecen y salen volando como las grullas que cruzan el cielo.

Tatiana Yevgenyevna Samoilova, en ruso, Татьяна Евгеньевна Самойлова(Leningrado, 4 de mayo de 1934)

lunes, 13 de octubre de 2008

SPLASS


Aquellos años uno los puede examinar en lo que tiene de virtud el redescubrimiento. En los años 80 del pasado siglo, Splass era una Disco-Bar que estaba situada en la calle Galileo. Allí desembarcábamos los jóvenes sobre un terreno formado por cubos de colores, apilados en escalones. Al sitio había que llegar bajando unas escaleras, creo recordar un guardarropa, y a continuación aparecía un pasaje que comunicaba con la sala del baile que se encontraba al otro lado. En estos escenarios se podía echar cuentas de una fauna increíble. Siempre me recordaba al Bar de “La Guerra de las Galaxias” donde concurrían seres de otros mundos. Aquello era un escaparate insólito. Había que ser diferente e ir a la moda del grupo al que pertenecías. Aquello formaba parte del proyecto común del ecosistema “moderno”.
Las colecciones de tribus que desfilaban por allí eran sorprendentes. Tenia unos amigos que nos entremezclábamos entre la lírica de los siniestros y el laberíntico mundo after-punk y mod. No había pistas fiables ni consolidadas pertenencias. No existían jerarquías ni alianzas. La gente pululaba por el Splass y hacían acto de presencia en la pista de baile cuando sonaban las canciones de “The Cure”, “The Smiths” o “The Pil” de Johnny Rotten. Diríase que estábamos extraviados hasta que sonaba nuestra canción favorita.
Nuestros “enemigos” eran la gente normal de la que renunciábamos con nuestra indumentaria. Éramos indiferentes a lo convencional. En una ocasión recuerdo a un par de amigos del barrio, fuera de esta cultura de expresión, en el Splass. Llegados a este territorio de la otra realidad, treparon por los cubos y encaramados en su pasajera elevación se postraron a observar exclusivamente, a percibir los valores reivindicativos de las imágenes ideológicas de la concurrencia. La legibilidad en ese ambiente de penumbra incidía en su imaginación y salieron sin decir nada, con toda una carga de sensaciones inolvidables.
Por entonces en Madrid existía una cosa llamada “la movida” que despertaba y motivaba a la gente a dar con otras maneras de entender la cultura y la evolución de la sociedad. Madrid era un lugar intensificado y de una atmósfera hirviente. Vivir en aquel hervidero mereció la pena como peripecia individual.
Splass era un reflejo de esos años. Era un lugar apropiado y razonable para comunicarnos los jóvenes. Allí establecí vínculos en torno a la gente como yo. Allí fue posible la existencia a partir de nosotros mismos, de formar parte de la juventud rebelde. El lenguaje propio lo poseíamos y también, la alegría de vivir, de lo que nada resultaba aburrido.

miércoles, 8 de octubre de 2008

El camino diario.


Todo pasa. Me acompañan las luciérnagas y las canciones del ayer. La belleza me holla por los cañones aún oscuros de la urbe. Pedaleo al compás de un semáforo cerrado. Cruzo veloz por los volcanes incesantes que descubro en cada mirada inhóspita. Ya estoy en mi suntuosa brecha asfaltada, cubierto de polvo y símbolos, una recta tecnológica sin fin para mi bicicleta. Crecido me hallo inmerso en un bosque de cartográfica precisión, me lanzo azaroso en el incierto viaje. El último viraje y penetro en el parque del Retiro. Dejo atrás la literatura ilegible de los automóviles, los cruces fracturados de los peatones. Conservo el aliento extenso de la mañana y arrastro una multitud de devotas partículas infinitesimales. Acabo mi viaje diario en trece minutos.

martes, 7 de octubre de 2008

La historia del dueño del Video-club del barrio.


Cuando me cambié de barrio todavía existían los Video-clubs. Esos lugares bien cargados de películas VHS y Beta en estanterías hasta el techo. Eran locales esenciales, de ensueño. El mundo del cine domestico en una gama extensísima de títulos.
El sitio que me ocupa era un local semisótano de los que muchos aseguraban ofrecía una variedad de películas sin competencia. Llegar allí tenía miga e ingresar como selecto socio venía acompañado del aval de dos socios antiguos. Yo avalé a un compañero de trabajo que se fue a vivir cerca, no le sirvió de nada. El dueño del Video-club desestimó su solicitud. Necesitaba dos avales.
El local, como lo describiría, era lúgubre, exótico, recargado hasta la saciedad. Cuando alquilabas una película, te llevabas la cinta y la carátula original. Los comentarios cinéfilos del encargado eran reconsideraciones de lo que por allí se manifestaba. Había casi siempre pequeños corrillos que apreciaban lo que llamaríamos cine de segunda. Largas conversaciones describían minuciosamente temas pésimamente conocidos y las escenas fundamentales de Rambo, Bruce Lee o Indiana Jones alegraban a los expedicionarios que aparecían por detrás de las estanterías repletas. Por fuerza, las carátulas enseñaban el lomo y no la portada, al estilo Blockbuster, con lo que encontrar un título era tarea azarosa. Así, me perdía muchas tardes en aquel Mare Mágnum inmenso.
Han pasado unos años y el Video-club cerró. El Blockbuster de la plaza también cerró. Hoy acabo de alquilar una película en otro pequeño Video-club, reducto de lo que fueron estos negocios. Lo hago por contribuir de un modo sostenible al mantenimiento de estas rarezas actuales en peligro de extinción ante tanta descarga salvaje. Tengo físicamente mi película en casa, en soporte DVD.
El dueño de aquel viejo Video-Club hace meses le reconocí por la calle. Me abre la puerta cada vez que voy a comprar al supermercado DIA del barrio. No trabaja, quizá acuciado por la actual crisis o por algo peor. Siempre saco algo de suelto de los bolsillos cuando termino la compra, le doy alguna moneda y encarecidamente las gracias cuando me abre la puerta del establecimiento. Todavía tiene la sonrisa de los viejos cow-boys de los Western de antaño.