lunes, 30 de junio de 2008

España 1. Alemania 0. Final Euro2008.


Memorable. Nunca había visto ganar a España. En cada campeonato, nuestra selección generaba más incertidumbre. O caíamos eliminados en cuartos o en cualquier otra situación similar. Ayer tenía petado el teléfono de mensajes de felicitaciones de mis amigos, de mi familia. La final me pilló de viaje a Madrid, la vi en un pueblo de Cuenca, en unas condiciones inimaginables entre la concurrencia y con el corazón en un puño. Fue apoteósico y como no podía ser de otra manera, por fin alcanzamos la gloria. Mereció esperar. Mis hijos, todavía inconscientes, correteaban mientras por la calle al margen de toda ilusión inquebrantable por el fútbol. Fernando Torres en el 33´ hacía Historia.

Llegamos a Madrid, a eso de las doce de la noche y en un viaje extraordinario, recorrimos la calle de Alcalá hasta llegar a nuestra casa. El sueño se había cumplido y en los ojos de Thor brillaban los resplandores de las bellas pasiones humanas.

jueves, 19 de junio de 2008

Seinfeld (1989-1999) de Jerry Seinfeld.


Esta serie es mi favorita y, por consiguiente, motivo de una cascada de alabanzas. Saqué un post en el otro rayo verde y que yo sepa, cayó como una piedra en un pozo, hizo un “ploff” sordo y desapareció, tragada irremediablemente en una cuestión que ahora no nos concierne. Puede que nadie vuelva a sentir la mínima curiosidad por aquella roca. Nada por inventar y todo olvidado, así es el oscuro e irreverente agujero negro de la blogosfera.
Pero cada vez que coincido con Jerry Seinfeld es que me parto, me muero de la risa. Fluctúo entre la sonrisa más exigua y la carcajada más tremenda. Los revolcones por la tarima de casa también se suceden. Creo que sentiría vergüenza que alguien, fuera del entorno intimo, me acompañara en esta cifra record de deslizarme hacía el suelo desde el sofá sin poder articular palabra.
¿De qué va todo esto? Como alguien dijo, “de la nada”. Las construcciones surrealistas de Seinfeld suceden de la nada, sí y es tan irrazonable explicarlas que me desborda la capacidad de contarlas con claridad. Lo ideal seria envolverse en la peculiar atmósfera seinfeliana. Es una gran medida para disfrutar de este mundo y en concreto, de la sobresaliente y sorprendente visibilidad que puede ofrecer la caja tonta. El enredo sobre lo banal, sobre la disquisición más absurda de nuestra realidad cotidiana, sobre el análisis de las consecuencias intrascendentes de la vida son una parte de las turbulencias de esta inigualable serie de TV, la otra parte la tendremos que poner nosotros en liberarnos de prejuicios y recrearnos espontáneamente en el plano rasante en la Nueva York de finales de siglo XX. Luego ayudan la amalgama de sujetos que pueblan los capítulos de Seinfeld que fascinan por su poderosísima proximidad como se hacen inalcanzables por sus involucraciones más ignimiosas.
Usted, apreciado lector anónimo, que lee esto como el que busca puertas en castillo adverso e inaccesible, puede que decida dejar la lectura en este punto. No se equivoque y no olvide, Seinfeld consigue torcer voluntades firmes. Las consecuencias de engancharse a esta serie son narcotizantes tal como reconocemos los irreductibles. Claro que el humor tiene poco de democracia y lo que en unos países deslumbra en otros no sorprende, y en esos enrevesados circunloquios de las mentes humanas es dónde crece la geometría abismal o se desconstruyen los colores del Arco Iris. Será motivo de celebración o se hará inalcanzable pero personalmente, con Jerry Seinfeld encontré el microcosmos.

“Cada capítulo empieza y acaba en el Club donde Jerry Seinfeld (Jerry Seinfeld) presenta sus monólogos. En medio, contemplamos la vida diaria de una serie de personajes y sus extraños rituales. Las reflexiones, traumas, envidias y dilemas diminutos proceden de las distintas voluntades en la medida que son expresión del existencialismo de nuestra época. Junto a Jerry Seinfeld participan su ex-novia Elaine (Julia Louis-Dreifus), su amigo de la infancia George (Jason Alexander) y su pesado vecino Kramer (Michael Richards).”

miércoles, 18 de junio de 2008

Van der Vaart y Sylvie.


Estoy siguiendo la Eurocopa 2008 como el resto de los mortales, como hace el Universo Conocido. En esta escena entra Waity, su corazón levita en la otra Galaxia Desconocida. La tengo que agradecer que no me despierte en estos momentos en los que me abandono a la luz del fútbol. El pequeño Lom grita Gol cuando escucha al locutor de Cuatro Televisión en una de sus alteraciones de tono habituales, es decir, cuando un equipo asalta el área rival y no digamos si el balón provoca una hecatombe y se cita con las mallas. El anterior partido contra Rusia le dio razones para imitarme. Decido contra viento y marea, en las posibilidades convenientes ver los partidos por televisión, con el corazón en el área de Iker Casillas.
Mientras, van pasando los días, y la tensión va in crescendo como la mayor gloria alcanzada por Turquía al remontar un 0-2 ante Chequia o nuestro sueño poderoso que se dirige perverso hacía el partido del domingo ante Italia de cuartos de final.
Leo en la prensa que la esposa de Van der Vaart, un jugador de la selección holandesa, ha sido contratada por un diario alemán para que explique sus experiencias durante la Eurocopa. Ha escrito Sylvie, que es como se llama esta apasionada esposa: “Reconozco que después de la victoria contra Francia ni yo ni mi marido dormimos en toda la noche”.
Uf! El fútbol recupera efectivamente todo su esplendor.
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Foto: Sylvie Van der Vaart
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martes, 17 de junio de 2008

El servicio militar obligatorio.


Cuando fui a Zaragoza a lo largo de un interminable viaje en tren, de los que se llamaban borregueros, quedé anonadado. Fui a hacer el servicio militar, trece meses y aparecí en una estación dónde ya había policía militar esperando a los nuevos reclutas. Con un lenguaje hilarante comenzaron a dar ordenes a todos los que bajábamos de los vagones y a formarnos en lo que era evidentemente un choque surrealista ajeno a todos nosotros. Aquellos momentos de incertidumbre me arrastraron como una corriente impetuosa a la vida marcial, insensible a la ternura. No faltaba de nada en este irremisible viaje, todo se venia abajo. Era una ruptura que alteraba mi futuro.
La propuesta militar era despertarnos de la torrija mental. El traslado en camión hasta el C.I.R. (centro de internamiento de reclutas) nos advertía de lo que pasaríamos el resto de nuestro tiempo durante el servicio militar. El sentimiento nostálgico se me estaba abriendo incesantemente. Recuerdo con restropectiva asombrosa aquellos momentos, cuando entré por la puerta del cuartel y la desgarrada severidad de los soldados veteranos que gritaban a lo lejos: ¡Quintos, vais a morir! La complicada vida se avecinaba en lo más recóndito e insensible de los mundos conocidos, tan crudo que contrastaba con la vida grata anterior junto a mis padres y hermanos.
Nada de esas primeras impresiones negativas se desarrollaron, por suerte. En la enfebrecida acción diaria de formar para comer, para dormir, para despertarse, para ducharse, y demás metamorfosis, nos íbamos igualando los reclutas como en una democracia a los sombríos personajes del oficio de tinieblas, instrumentos de la maquinaria militar. Adoptando otra dimensión que borraba nuestro domestico pensamiento y adquiriendo un nuevo ingenio para afrontar lo aparentemente banal y manipulador éramos números, el 13123. En medio, un mar de historias: pensábamos en nuestros familiares, novias, amigos, en los días que faltaban para jurar bandera, y en saber cuál sería nuestro próximo destino.
Durante cuarenta y cinco días el entrenamiento fue constante y sinceramente, no me llegué a incomodar con el Cetme ni con esta nueva supuesta faceta prosaica de aprender el himno de la Infantería. Se movían ciertas inquietudes en todos nosotros, algunas convertidas en absurdas certezas o en dudas metafísicas.
Los problemas sentimentales cohabitaban con nosotros, en la camareta hablamos de nuestras novias, nos acompañábamos a la ciudad a beber, demasiado unos y otros en contemplación serena de la realidad cotidiana. Algunos acababan en putiferios y los más deportivos se acercaban hasta la Romaleda a ver al Real Zaragoza o permanecían en la biblioteca del C.I.R. leyendo comics. Entre estas inquietudes supimos de nuestro destino, el mío en una compañía de Esquiadores-Escaladores, y la esperada jura de bandera acaeció.
La jura de bandera era un acto deslumbrante, solemne. Era el ejercicio principal de nuestra estancia en el C.I.R. antes de partir hacía nuestro destino final en el cuartel asignado. Solían venir nuestras familias desde toda la geografía nacional con una tradición imposible de imaginar en los jóvenes que no hayan conocido la mili obligatoria. Independientemente de nuestras convicciones éticas o políticas, el servicio militar era eficaz en transformar el lirismo de la juventud y en hacernos eco de muchas facetas humanas insospechadas. En contra de lo que mucha gente piensa, los valores de solidaridad y amistad estaban latentes en todos nosotros y aquí se expelían del bloqueo mental. Algunos no conseguían engarzar estas intenciones pero eso, es otra parte de la historia.
En el refugio de Cerler (Huesca) estuve parte del Servicio Militar, fue mi destino como soldado durante casi un año. La compañía de Esquiadores-Escaladores tenía allí su sede, pertenecía al Regimiento Valladolid 65 y sin grandes pretensiones, aquellos meses que pasé allí fueron agradables y exigentes en la medida justa, en lo que se denominaban los cursos de vida y movimiento en montaña y algunas guardias. Gracias a unos mandos optimistas, aprendí a esquiar y a resolver problemas en la montaña. Antes no conocía para nada este mundo, debuté ascendiendo a las cimas más emblemáticas del Pirineo y saqué ciertos conocimientos técnicos de las disciplinas alpinistas pero sobretodo, percibí a lo largo del tiempo que la naturaleza ofrecía un deslumbrante panorama y un inquietante intercambio de ensueños.
Recuerdo con agrado al Capitán Soroa, personaje genial, de frases tremendamente rocambolescas que eran una vía de escape a las tensiones diarias o al sargento Labisbal, un tipo sin imaginación pero respetado por la tropa por su gran corazón. El tiempo pasaba sin plantearnos el futuro y en la órbita de los espacios grandiosos del macizo de la Madaleta o del Aneto favorecían las conquistas constantes. Muchos nos interesamos por la Geografía generosa y olvidamos los besos robados a la enfurecida juventud. La expansión emocional crecía en los ventanucos de las garitas y las marchas a la frontera francesa ponían el límite a nuestras andaduras. Los gestos imprecisos del principio se tornaban en vitalidad insospechada y el reemplazo sobreviviente estaba preparándose para su final y se acercaba a ese oscuro objeto del deseo del soldado veterano. En este caso, el objeto de deseo era la “blanca”, como se llamaba a la cartilla que te entregaban cuando te licenciabas, cuando por fin salías como civil del cuartel.
Cumplido el cometido, el deber obligatorio, quedábamos preparados para reingresar en la sociedad civil. En la más conveniente sociedad civil.
Sin ocuparme en elaborar ideas antimilitaristas, el cometido y la importancia de los valores adquiridos en aquellos trece meses trenzaron ideas y criterios que no se disolvieron en mí, sino que me hicieron ser más convincente en la defensa del servicio militar como servicio público, sin disparates ni defensas a ultranza. Personalmente mejoré mi capacidad física, mi experiencia positiva. Puede que fuera un periodo en mi vida lleno de emociones subjetivas. Puede que entonces fuera un inconsciente pero tal vez, en algo me fue intenso y satisfactorio. No escogí pasar allí aquellos trece meses, pero dentro de la cuestión me vi de lleno comprometido con una nueva realidad.
A la hora de recolocar unas pertenencias que tengo en una olvidada caja de mi casa aparece la boina que utilicé entonces. En el devenir de mi propio camino, en el destino que me tiene aguardada la vida, me reconforta pensar que allí pasé un hermoso periodo de mi vida y me trae un recuerdo invocador de a cuantos allí conocí. También recuerdo cuando hablaba con mi madre por teléfono en la oficina de la Compañía. La inexistencia de los teléfonos móviles hacían más esperadas esas llamadas, adquirían un protagonismo desmesurado y encantador. La realidad estaba en buscar la verdadera libertad y las metas por alcanzar. Comenzaban otros tiempos para vivir y me hacía demasiadas ilusiones.

lunes, 16 de junio de 2008

la vida de verdad no está en otra parte.



Por una reforma en mi domicilio he estado recolocando pertenencias, cruzando las fronteras de la memoria. Han aparecido historias del pasado, con todo lo que aún persiste. En esa intimidad llueven los recuerdos, las primeras cartas, el billete de tren a Hamburgo, las fotografías que subsisten el paso de los años. La capa de polvo cubre esta orografía del corazón. La presencia de ausencias subrayan lo melancólico de la situación y a ello le añado imágenes utópicas que van heredando mis pensamientos.El tiempo transforma todo y mejora aquel pasado. Menciono en voz alta los cambios propuestos en mi vida: mis hijos que me llevan al amor incondicional, las necesidades materiales diluidas cada mañana, mi singular distinción entre los buenos y malos presagios, mi contención entre las suntuosas posibilidades de las geografías humanas y sociales.
Escucho el eco sonoro de mis propios pasos sobre la tarima en la habitación vacia, recién pintada y sin muebles adonde irá el nuevo dormitorio de los pequeños. Contemplo el ensanche de metros que llevamos a cabo, ganado a otros espacios de la casa, durante este receso caprichoso aparecen por la puerta de la casa los pequeños Lom y Thor. Mi casa no ofrece otras posibilidades y procedo a la eliminación de lo que ocupa espacio: folletos, recortes, apuntes, libros inútiles, cosas que no merecen la pena conservar, aparatos inservibles. Bajo tres veces al contenedor de papel, lleno varias bolsas de basura, voy soltando lastre incansablemente desde este perímetro doméstico. Varias cajas llenas de libros, algunos una amenaza latente, esperan su traslado al garaje del pueblo o la exposición a la intemperie en la calle. La mudanza va dando paso a los juguetes, al carrito de paseo, a la pequeña bicicleta, a los biberones que ocupan el lugar de la pérdida de influencia del ocio personal, incluso el ordenador es desterrado, y esto que escribo, a falta de claras ocasiones, entre tiempos muertos cobra su forma en mi trabajo o en el aire.
Todo el desorden audiovisual de la casa está sustentado con el convencimiento de poseer el mejor de los amores, los que me engullen cada mañana, en las mismas aguas de quienes se convertirán en mis herederos. Ya no pienso en mi mismo, si alguna vez ha sido así, y en cada itinerario conocido y en el más allá, me acompañan risas, besos y abrazos como una lamina de agua infinita. Como ha sido siempre con mis padres y hermanos, como ahora hace la madre de mis hijos conducida entre las tempestades reivindicativas propias de la infancia, en un contraste razonable entre los asaltos impetuosos de Thor y la estrategia emprendedora de Lom.
Nos ponemos en movimiento los cuatro, echo de menos infinitamente a nuestra inolvidable perra negra. Con la disposición inmortal del amor, de lo que se va descubriendo cada día queda toda una vida por reinventar, por dejarnos sorprender bajo el cielo azul. Cada momento verdadero me hace la vida más atrayente, como si estuviera al alcance una Copa de Europa. Realmente, la sensibilidad ha cambiado en sentido supremo con la luminosidad de lo maravilloso. Estoy deseoso de crecer, en el entorno querido, en la estancia intima, en la arrolladora felicidad.
También no olvido, es mejor saberse las canciones que explican lo enrevesado de todo, las melodías que desde el borde del precipicio nos alcanzan por nuestra herencia y por nuestro destino. No me hallo en disposición de alterar la naturaleza pero lo que voy trenzando me conduce por el camino del corazón. Por el mejor camino conocido porque la vida de verdad no está en otra parte.

miércoles, 11 de junio de 2008

el rayo verde



Bajo ciertas condiciones atmosféricas hay un momento, brevísimo, en el que alguien en algún lugar divisa al rayo verde. Quién lo ve, tiene un indicio del amor verdadero.
ver el rayo verde:


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lunes, 2 de junio de 2008

Viaje a Cuba


Hay errores. Abundancia de errores. También logros. No de trata de aclarar la historia o de averiguar la verdad. Basta huir del estatismo atenazante de las omisiones mediáticas, del poderoso contrasentimiento cínico de vivir en una democracia demasiado perfecta que no implica nada. Es necesario viajar en la niebla y sentir la belleza del viento que nos despeja el camino. Modificar nuestros prejuicios.
Hay múltiples maneras de contemplar históricamente la Revolución Cubana. Arrinconada durante decenas de años no sabremos si sobrevivirá definitivamente desde el presente o seguirá su lenta inmersión en el abismo de la historia. Los vencedores endurecen la mirada con Cuba pero también, en este vacío y extenso universo, Cuba trasmite su propia fuerza y sus convicciones; lo expresan los tripulantes de una nave a punto de irse a pique, inmersa en un belicoso mar. Quizás sea una demostración de poder o de hipocresía irracional. Nada sabemos. Sus fatigados protagonistas refuerzan la tristeza y la voluntad, están dispuestos a continuar resistiendo en la turbulencia de la economía globalizadora frente el poderoso enemigo del norte.
El destino errante de la isla dura cuarenta y nueve años y sigue siendo una expresión singular de arriesgada aventura. Ya es demasiado tarde como en tantas otras cosas, y el pueblo cubano va colmado de inverosímiles sacrificios, peligros y fortunas. Cuba alzó la vista hacía la luz, hacía las aspiraciones del humanismo de una manera implacable, cargados de defectos y virtudes desearon continuar con el proceso en una situación desfavorable para los sentimientos, otros trataron de encadenar las imágenes brillantes del porvenir que se les aparecía en la geometría borrosa de las 90 millas. Unos y otros perduran, en sus pensamientos y en sus acciones, en una pugna entre la incomprensión y la verdadera historia.