jueves, 13 de agosto de 2009

El patio Maravillas.







Deambular por las calles, en esencia movimiento. Los personajes de la calle de La Palma afrontan un suelo con más pendiente que ternura. Llego consciente al Conde Duque con lo que interesa a un paseante como son los reflejos de la realidad. Unas cuantas exposiciones incoherentes en un decorado en obras jalonan la fachada. Espero. Una plaza cuadrangular da respiro a unas calles abrasadoras, unos olmos siberianos, un perro pequeño y unas terracillas de verano repletas de sentimentales modernos. Aparece la Rubia que me bombardea con su sonrisa, permanezco en unos bancos individuales extraños. Una experiencia. Descubro un sonido de un móvil. Están llegando, son Peter y los suyos. La Rubia y yo decidimos esperar en la terracilla de la camarera aséptica. Más allá un mundo de piernas y finísimas telas. En el otro lado, espera un señor con sombrero. Aparece Peter y aquel universo. A Charlie no le veía desde una impuesta infelicidad en su familia. Al rato, aparecemos por la calle del Acuerdo y aquí tenemos una experiencia lúdica. Las impresiones son perceptibles. Se trata de una casa ocupa, “El Patio Maravillas”. Entramos a un lugar, transformado en un polivalente edificio. Alcohol, música, cine, talleres…un paisaje sugerente y gente ... Ahí está la frontera, el blanco y el negro. Asomados a la azotea un par de barbudos gritan, los murales son bravos, la música idónea y una pareja de jóvenes sostienen a un bebé precioso. Dos tercios, una sin, un vaso de vino y un refresco, seis euros. Un inhabitual haciendo de camarero en un espacio autogestionado. La música cambia a locura. El patio bulle, sigo viendo a tipos con crisis existenciales y a anarquistas. La mamá del bebé es muy guapa, sonríe sin actuar. Un muchacho indistinguible conversa con una muchacha pelirroja, se dirían que alcanzan un alto grado de composición escénica. Entre los habitantes y los espectadores no existe la posibilidad de equivocarse, se fragmentan por las razones misteriosas que les han llevado hasta aquí. El patio parece una trinchera, una bicis encadenadas a las rejas y las trazas de frases revolucionarias lo dan forma. Cuando abandono el lugar, abandono el experimento vinculado al romanticismo. Como alguien dijo, "a algunos ilumina y a otros quema".

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