domingo, 19 de julio de 2009

Varios gin-tonic.



Cayó una borrachera esta noche después de tanto tiempo, con Tommy y un viejo amigo perdido allá en el huerto claro donde madura el limonero. Los aparecidos efluvios espirituosos se abocaban por la garganta cual arroyo romántico y nos liberaron de forma temporal de nuestros problemas, la ginebra despeñada a lo Emerson Fittipaldi corría al trasfondo de los sueños. En la noche traicionera quedé expuesto a mi pura ignorancia, a la aventura y a la alejada juventud que daba sus frutos en escapadas de amores locos. Y en este aliento vital, el alcohol separa las miserias, los momentos de brillantez y nos convierte en dicharacheros defensores de causas perdidas como la acontecida.
El amigo venido del Sur viene con su mujer de allí mismo, es de las de derechas convencidas y destinataria, por otro lado, de lo que tanto amamos los que respecto con tanta creencia como fe tenemos. Está embarazada. Y entre tantos extendidos de felicitaciones y demás, de conversaciones almodovarianas y bolivarianas aparecen las ganas de hablar a trompicones con esas invenciones que el delirio impone a los ebrios y de esas de seriedad manifiesta en los sobrios. Ella, por supuesto, no bebe y su "lucidez" es mentar la política, en mala hora, y considerar dictadura a la cubana. En fin, mis compañeros carecen de prejuicios ideológicos y nuestra bella dama se queda sola en este punto no sin pequeñas apreciaciones en diferentes sentidos. En su hilar osado, sale en defensa más tarde de la derecha española pero sin mucha intención artística ya que defiende a nuestro anterior Presidente de Gobierno, en otro golpe de efecto, y para ello lo hace desde la perspectiva de lo que nos han querido pintar estos últimos años conocidísimos tertulianos: la regeneración de España después de tantos años de felipismo y que la victoria de ZP fue gracias a la manipulación que hizo el PSOE de los atentados del 11 de marzo. No resisto, abandono esta vertiente doctrinaria y losantiana. Me fijo pues, en la variedad tipológica de los individuos de esta taberna irlandesa que fluyen alcohol y captó conversaciones menos sugerentes. El dueño mientras, un tipo bajito de pelo lacio y largo, tiene echado el cerrojo y la sonrisa sempiterna de un abigotado satisfecho por la recaudación de la noche. Aforo completo. Nuestra destacada amiga pasa a otros temas, el resto de la conversación se torna amistosa y reúne ciertas particularidades sinceras que la revalorizan enormemente. Luces hay a pesar de esas radicalidades y el desarrollo narrativo se vuelve reconfortante ante la ausencia de destellos aznarianos. La conversación ha trascendido por esa vía de la melancolia y de años heroicos. Todo acaba con esos relatos de lo que hemos vivido realmente. Mi salida del Irish Pub llega a eso de las 2 y media al hacer mala gala en mi estomago el matarratas que he ingerido y me largo, ¡hasta otro día!, para accidente del relato.
(foto de Amecha)

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