lunes, 1 de junio de 2009

Huellas en la niebla.


Cuando dejo en ese camino embarrado mis huellas. Precedo a mi muerte. La duración del tiempo es tan inquietante y sutil… Los instantes de las primaveras se exilian para siempre en este inconcebible paraíso.
Hablo con mi madre últimamente como en esos múltiples trozos que un día deje de cultivar, entre lágrimas que recorren mi rostro impasible y mis más altas confesiones de amor por ella. Un puñado de recuerdos se agolpan entre las más de sesenta pulsaciones por minuto. Como parte cierta, en su progresivo deterioro, trato de escuchar con más profundidad, de hacerla llegar mis simpatías y mi extensión infinita. Por causa común a toda la esfera humana converso como tratando de recuperar el tiempo perdido, de recrear aquellos momentos tan valiosos en los años perdidos. Su sueño era que su hijo la queriera. Eso si ha ocurrido. El resto son palabras y abrazos, besos irresueltos como cuando intentaba protegerme del inmenso peligro.
Incorporo a mi mente sus manos desconocidas con descripciones de la vida, de sus conceptos magmáticos. Recupero el olor del pasado que lleva consigo. Que extensa es. Su consagrada vida a su marido e hijos no la han amargado. Silenciosa, casi nada ha esperado de nosotros, solo lo esencial.
Escribo con la esperanza de unirme a ella en la oscuridad cuando llegue porque será así… y encontraré sus huellas en la niebla.

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